martes, 18 de marzo de 2014

EL SEÑOR DE LOS QUINCHILLOS

Como si a los jugadores les faltaran incentivos para afrontar el próximo partido contra el puntero del campeonato, a Don Jeremías se le ocurrió jugar una carta que hace mucho no se barajaba. Para quienes leen este medio hace escasos abriles y no saben a qué hace referencia la metáfora, trataremos de recordar para que estén al tanto. Da para trilogía así que se la van a tener que fumar.

1146651_10201518180577353_1866067982_n copyEn algún lugar recóndito del reino de Bajo Belgrano, había un páramo desolado que solía llamarse “El Fondo”. Pocos aventureros se dignaban a atravesar la pileta laguna de la perdición y llegar al sitio ya que escasa era la luz que recibía y poca la vegetación que desplegaba. Apenas una improvisada mesa de Ping-Pong polvorienta meseta y una parrilla montaña volcánica maltrecha moraban en la penumbra, lo cual hacía que los riesgos que los primeros habitantes de la zona debían tomar sean ampliamente más altos que los beneficios. Era una época oscura. El Príncipe Cachalote y sus leales caballeros veían en el horizonte aquel lugar, mientras disfrutaban los placeres que las consolas de juegos cortesanas y los elíxires (?) que consumían desde los aposentos del heredero. Pero un día, se hizo la luz… Cuenta la leyenda que de repente, una luz se encendió en el segundo piso cielo y el todopoderoso habló directamente con el Rey Claude I, quien de inmediato llamó a su hijo para contarle la noticia: Dios le había encomendado reclamar el páramo.

La cruzada tomó varios meses años, significando la caída de valiosos arquitectos y albañiles hechiceros y soldados. Una vez arribado al lugar, la contienda se puso más complicada para el Rey y sus súbditos, teniendo que enfrentarse a feroces ratones dragones y arácnidos letales (?). Una vez derrotado el último dragón, la tierra fue reclamada por Claude, que, tras consultar con sus amigos oráculos, decidió erguir un templo en honor a los valientes caballeros que habían realizado la proeza. El mismo contenía todo lo que el Príncipe había soñado. Él y sus caballeros pasarían días disfrutando los placeres de “El Quincho”. El Rey bajaría de su palacio cada tanto para ser saludado y agradecido por semejante presente. Cada tanto, Cachalote dejaría a su padre y su séquito en el templo en soledad para que puedan rezar (?) en paz y tranquilidad (!) o también a la Doncella Malena, quien organizaba tertulias hasta altas horas de la mañana. El reino estaba en paz, el ecosistema se solidificaba, pero como ya deberían saber, nada es para siempre.

Continuará…